EL MISTERIO DE LOS HARENES

El harén es un recinto donde sólo se alojan las mujeres de la casa, es lugar prohibido para todos los hombres con excepción del amo y los eunucos (castrados).
El lujo de sostener un harén implica poseer una fortuna, y muchos hombres apenas alcanzan a mantener dos esposas; son pocos quienes llegan a poseer las cuatro esposas que consiente el Corán. Antiguamente la distribución de la riqueza era, como hoy desigual, por lo tanto, no era raro encontrar opulentos señores dueños de un gran harén.
Los harenes existían antes de la aparición de Mahoma y éste sólo se limitó a restringir aún más la libertad de la mujer. Contrario a lo que se piensa, el harén no es de origen árabe, sino una antigua incorporación de las costumbres bizantinas, las cuales han armonizado con la posición de la mujer en Oriente.
El nombre del harén hindú se conoce como “zemana” y es la parte de la casa reservada para las mujeres de castas superiores. El hecho de que las leyes sólo permitieran un número determinado de esposas, no significa que el maharajá, el sultán o el califa en cuestión se privaran de tantas esclavas y concubinas como su humor les dictara.
En Turquía el harén recibe el nombre de “serrallo”. A diferencia del harén, la versión turca no es una parte de la casa sino un edificio en sí mismo, completamente separado del habitado por los hombres. Una de las costumbres en este país era mantener a las odaliscas como servidoras de las hermanas del sultán y sus mujeres; pero, solía ocurrir que la odalisca sedujera al sultán y la prole de la feliz servidora quedaba librada de obligaciones y declarada legítima.
En los países islámicos, la mujer acostumbra llevar el rostro descubierto mientras realiza las tareas en su hogar o trabaja en el campo. La conducta de dicha señora en la ciudad es diferente, además de cubrir sus facciones con un velo, viste una túnica., la cual no permite descifrar las formas de su cuerpo. Todavía en nuestro tiempo perdura la tradición que prohíbe a la mujer salir de los límites del harén. Mientras muchas mujeres árabes pasan el resto de sus días encerradas en sus casas, el hombre permanece continuamente en las calles y en los cafés, centros de esparcimiento exclusivamente masculinos. Las esposas emplean sus ratos de ocio conversando y tomando el té, del cual tienen una gran variedad. El jardín interior, decorado con alfombras multicolores y confortables almohadones, es de un exquisito gusto oriental.
Los harenes donde conviven varias esposas son gobernados por la primera mujer que haya dado a luz un hijo varón. Su existencia es agradable porque mientras no se encuentra el marido en la casa es la ama y señora del lugar y de todo lo que en él se encuentra. Su situación varía cuando el señor toma a otra por preferida.
Si bien casi todos los gobiernos orientales hacen esfuerzos por cambiar la situación de la mujer, queda mucho por realizar para decir que tanto la mujer como el nombre son seres libres y creativos. La esclavitud espiritual, intelectual y casi física de la mujer en Oriente y Medio Oriente, obliga al hombre a tomar actitudes y conductas que pueden considerarse también como una forma de esclavitud.

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